Buenas noches
Marta pone la mano en el interruptor de la luz del baño. Fija su vista en su habitación. Está a siete pasos, tres si son largos, y la puerta está abierta. La luz de la lámpara en su mesilla le indica su meta.
Inspira hondamente un par de veces. Puede hacerlo. Ya lo ha logrado otras noches. Todas, de hecho. Tres zancadas y llega a su cuarto. Con un salto está sobre su cama. Con una mano coge sus sábanas y tira de ellas hacia arriba y hacia su cabeza. Con la otra apaga la luz. Y por fin puede volver a dormir. Es un plan infalible y a prueba de oscuridad. Una respiración más para calmar sus nervios y Marta está preparada. Apaga la luz del baño con un solo gesto. Antes de que ésta se extinga del todo, ya está terminando de dar su primera zancada. Las dos siguientes son ágiles y las completa sin tropezarse. Salta en la cama. Con una mano coge sus sábanas, pero se deslizan entre sus dedos. Con la otra, acciona el interruptor de lámpara. La luz se apaga, pero ella no está cubierta con las sábanas. No pasa nada. Un error lo comete cualquiera. Se incorpora. Palpa su cama durante un par de segundos, hasta que por fin encuentra el borde las sábanas. Las agarra y tira de ellas mientras se tumba boca arriba. Antes de que el algodón toque su cara, una mano las coge y las echa hacia atrás. Marta está tumbada, al descubierto. No ha sido lo suficientemente rápida. Pero eso él ya sabía que acabaría pasando. Ella necesitaba ser perfecta todas las noches. Él solo necesitaba un simple error.
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